Si las formas tradicionales de las bóvedas de sillar y de ladrillo son las mismas, qué ventajas tienen éstas frente a las primeras, de imagen sólida y monumental. La diferencia es una cuestión estructural y de economía de medios. Las bóvedas de ladrillo alcanzan grandes resistencias y cubren grandes luces con pequeños espesores porque son ligeras, porque su peso es insignificante en comparación. Además se construyen sin costosas cimbras y sin tener que recurrir a la estereotomía, a una geometría extraordinaria.
Estas consecuencias últimas se deben a una propiedad básica de la cerámica, trabaja muy bien en masa porque se deforma a compresión. La pierdra y el hormigón trabajan muy bien a compresión, pero a penas se deforman y, como el vidrio trabajando a flexión, cuando se sobrecargan revientan. Los tabiques de las casas viejas, de mortero de cal, tienen panzas porque arriostran las estructuras de madera. Las bóvedas de ladrillo no son muy rígidas ni flexibles, pero son muy plásticas; asumen las cargas mediante flecha. Las grietas de la cúpula de Florencia crecen porque su fábrica, de gran espesor, pierde plasticidad con el tiempo; pierde capacidad de carga y no puede resistir los cambios de temperatura. Cada verano las grietas se abren por dilatación. Cuando llega el frío, vuelven a cerrarse, pero han crecido un poco más.
Las bóvedas tabicadas se desarrollaron en base a esta forma de trabajo en masa. Se llaman así porque se construyen partiendo de un perímetro rígido, los muros de carga. Los albañiles podían volar las fábricas curvas desde los paramentos verticales contando sólo con su pericia y varios tipos de conglomerante. La primera rosca de la bóveda se cogía con yeso y las siguientes capas se pegaban con mortero de cal, mucho más resistente pero de fraguado lento. Las formas más complicadas se desarrollaban sólo con ayuda de plantillas, y se reforzaban con sucesivas vueltas de ladrillo. Con el mortero de cemento se aligeró el tiempo de construcción permitiendo completar todas las capas de ladrillo a la vez, como describe Luis Moya.
Las bóvedas tabicadas se desarrollaron en base a esta forma de trabajo en masa. Se llaman así porque se construyen partiendo de un perímetro rígido, los muros de carga. Los albañiles podían volar las fábricas curvas desde los paramentos verticales contando sólo con su pericia y varios tipos de conglomerante. La primera rosca de la bóveda se cogía con yeso y las siguientes capas se pegaban con mortero de cal, mucho más resistente pero de fraguado lento. Las formas más complicadas se desarrollaban sólo con ayuda de plantillas, y se reforzaban con sucesivas vueltas de ladrillo. Con el mortero de cemento se aligeró el tiempo de construcción permitiendo completar todas las capas de ladrillo a la vez, como describe Luis Moya.
El valenciano Rafael Guastavino llevó este sistema constructivo a América, y allí realizó obras de tamaño impresionante. En los diferentes esquemas de sus bóvedas preveía armaduras perimetrales y de refuerzo, pero la cúpula tabicada más grande jamás construida, la de San Juan el Divino, es toda de fábrica cerámica. Ésta se construyó como cierre provisional sobre cuatro arcos destinados a sustentar otra solución más pesada. El acero en las estructuras de Guastavino servía de nervios de arista o vigas de cerco, como adaptación del sistema tabicado a una construcción sin muros de carga. De hecho él hablaba de construcción cohesiva, no de bóvedas a la catalana.
En 1892 comenzó en Nueva York la construcción de la catedral de San Juan en base a un proyecto de imagen. El diseño de muchos elementos se había ignorado y muchas decisiones constructivas estaban por decidir, por eso se encargó a la compañía de Guastavino cerrar el crucero de forma provisional. La cúpula de 20,2 m de radio cubre un cuadrado de 29,9 m de lado y se construyó, sin cimbras, entre mayo y junio de 1909. Tenía una garantía de 10 años y este mes cumple un siglo de existencia. El verdadero problema de su construcción no fue calcular su resistencia sino respetar su geometría en la colocación de las rasillas.
El problema se resolvió de la siguiente manera: cuatro cables de acero de 6 mm, anclados en el extremo de los arcos de granito, se tensaba mediante manguitos fileteados y soldados a una chapa metálica que materializaba el centro geométrico de la cúpula esférica. En el centro de la chapa, de 20,3 cm de lado, se fijó un cable metálico por medio de un bulón con un dado; el cable llegaba hasta el suelo, donde se ancló con un contrapeso mediante un tensor, con el fin de poder controlar siempre la verticalidad y la tensión. Otra unión articulada, unida también a la chapa, permitía el enganche y el movimiento de dos alambres sobre los que se ajustaba el radio de la esfera: manejados directamente por los operarios que se encontraban en los andamios, permitían controlar, en cada momento del trabajo, la correcta geometría radial para el trazado de la cúpula y la colocación de los ladrillos... La posición de la chapa se controlaba cada dos o tres días mediante lecturas graduadas para verificar la posición exacta. Tras un periodo inicial en el que se pusieron de manifiesto desviaciones de 0,75 cm con respecto al centro geométrico, el sistema resultó estable. De éste modo se pudo proceder al trazado de la bóveda.
detalle de la construcción de la cúpula
detalle de la construcción de la cúpula
También se usaron camones o plantillas, de 2,40 m de longitud, que iban trepando por la superficie según los obreros completaban la cúpula. Dos cuadrillas realizaban tres hiladas circulares en jornadas de ocho horas, pero las vueltas de rasilla eran de 9 hojas en las pechinas, 6 en la imposta y 3 en la clave. El espesor variaba progresivamente de 30,5 cm en la base a sólo 11,5 en la clave.
Dos cosas hay que resalt ar en la trayectoria de la R. Guastavino Company. La más evidente es que participó en la arquitectura monumental de la primera mitad del siglo XX y en la construcción de algunos de los edificios emblemáticos de EEUU como la Grand Central Station y el Benjamin Franklin Memorial. La otra es la profunda experiencia constructiva que aportó a estas obras. Las bóvedas ligeras de ladrillo son típicas de la arquitectura mediterránea pero muchas obras antiguas no tienen la limpieza constructiva que tienen las realizadas en América. En ninguna obra de los Guastavino se ve, como en Italia, tirantes fuera de la directriz del arco, aún habiéndose superado los sistemas de muros de carga.